Una vez más, el festival Sinsal logró cautivarnos – Sinsal 2018
Por qué siempre queremos volver al festival Sinsal
Volver al Sinsal SON Estrella Galicia es la idea que prácticamente todos los asistentes tenemos en mente cuando tomamos el barco de vuelta. La Illa de San Simón se hace pequeña y nosotros nos alejamos ya de las anécdotas vividas bajo la atenta mirada del Capitán Nemo.
Atravesamos la Ría de Vigo en un trayecto amenizado gracias a un repertorio completo de cancións tradicionais galegas, junto a los grandes éxitos del Xabarín Club. El canto lo dirije el más etílico de los pasajeros, pero todos nos unimos a él, motivados por el orgullo patrio.
No es para menos: dos días de eclécticos conciertos en un lugar en el que solamente te rodea el olor a mar o en donde, otro año más, puedes haber descubierto un camino vigilado por esa escultura que baila, adornada con su indumentaria festivalera de líquenes y relatos del pasado.
Sí, al Sinsal hay que volver porque siempre sorprende y no precisamente por su cartel secreto. La isla te cuenta una historia, el festival te cuenta otra y las dos, en una perfecta combinación, crean una atmósfera cautivadora, que te atrapa desde el primer paso en ella, vivido cada edición como el primero.
La música
En esta edición, el viernes contribuyeron a crear esa sensación grupos como los pamploneses Doña, el espectáculo gallego Terra, de Esemble Galería, la guineana Nelida Karr y sus tradicionales ritmos gospel o jazz, Side Chick y su punk plateado o los canarios Papaya.
En la jornada del sábado, en los tres escenarios grandes del Sinsal —el Buxos, que recibe el nombre por el paseo de boj que está justo detrás, el San Antón, en la isla más pequeña y el San Simón SON Estrella Galicia—, actuaron los santiagueses Esteban y Manuel que levantaron hasta el ánimo del choco de la ría con su electrocumbia o la coruñesa Mordem. También descubrimos a los rumanos Karpov not Kasparov, con un espectáculo de electropop performático y al sudafricano Nakhane con su delicado pop intimista y sensual. Cerraron el sábado el hip hop de la cubana La Dame Blanche y la electrónica superochentera del australiano Donny Benét.
La intención
El Sinsal también sorprende año tras año porque crece y mejora en todas sus ediciones. Es lo bueno de los festivales que empiezan de cero: parten de su propio aprendizaje y evolución.
Este año ha sido más ecológico e igualitario, sin olvidar el trabajo en organizar actividades paralelas, como los recorridos para conocer la historia de la isla.
Once de los dieciocho grupos que actuaron desde el jueves al domingo están liderados por mujeres (a estas alturas, la excusa del “no hay” ya no cuela); su programación, on-line, sin folletos que llenen papeleras; y su gastronomía, escogida con mimo, muy pendiente de despertar conciencias, ya que, por ejemplo, en el puesto de Ecogloria permitían devolver tenedores biodegradables (fabricados con almidón de maíz) para su reutilización.
No había plástico ni en los clásicos Nemos, la moneda del festival, ya que el pago en la isla se hacía con la pulsera del festival, previamente recargada.
Hasta el próximo año
Y claro, con este panorama, cada año tiene más adeptos. El paisaje, el cartel, la comida, la tranquilidad, el ambiente… todo influye, aunque los que hemos ido sabemos la verdadera razón: ese instante en el que te hipnotiza una voz, un olor, un acorde en el escenario, un lugar oculto tras unas escaleras, o el atardecer del puente de Rande. Es ese el momento en el que lo ves con claridad y comentas: «El año que viene hay que volver».
Crónica escrita por nuestra colaboradora Andreia Agra (frufrüOrigami).
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